TXT Loreto Oda | IMG Gabriel Schkolnick
El servicio le ha dado cosas buenas a Reimon del Rosario. Una de ellas es el amor. Un mar calipso y arena clara fueron la postal de su romance con Claudia Tillería, chilena que se fue de vacaciones a La Romana, en República Dominicana. Él trabajaba en el Hotel Catalonia donde ella se hospedaba. Él tenía que atenderla y, en eso, fluyó el coqueteo y “cupido se encargó de hacer lo suyo”, cuenta Reimon, mientras regala una sonrisa. Durante dos años, Claudia viajó cada seis meses a verlo, hasta que él agarró sus maletas, dejó el hotel después de siete años y se vino al otro extremo del mundo. Se casaron y hoy son padres de Santiago, de cuatro meses. Fue así como atrás también quedó el Caribe, su familia y el Pica pollo, la comida que Reimon más extraña y que le pone los ojos brillantes. De hecho, cuando volvió a su ciudad, en 2017, antes de pasar por su casa tuvo que ir su picada preferida. “El primer invierno en Chile lo sufrí un poco, pero peor fue mi primer viaje a Temuco, porque mi señora es de allá. Ya estoy aclimatado, incluso prefiero el invierno que el verano, porque con la ropa adecuada no hay problema”, confiesa sentado en el octavo piso del Hotel Cumbres Lastarria, en el mismo lugar donde suelen estar las personas a las que él atiende.
De eso, ya casi tres años. “Cuando llegué y vi la Avenida Apoquindo dije ¡wow! No me imaginaba que en América Latina había un país tan avanzado”, recuerda. El sueño de Reimon era el mismo que el 90 por cien de los dominicanos: ser beisbolista. Sin embargo, terminó estudiando la segunda opción, turismo. “Durante mi niñez en la barbería veía cómo los adultos llegaban con los bolsillos llenos de dólares por las propinas y dije, si no consigo plata en el beisbol será en el turismo”. No obstante, el principal consejo que le da a alguien que quiere dedicarse al servicio es que “no hay que mirar al cliente con el signo de dinero, porque te enfocas sólo en la propina y no en lo satisfecho que está. Tengo la disposición de dar lo mejor de mí para que esa persona que estoy atendiendo disfrute de mi servicio. Una sonrisa vale más que mil palabras”. Lo dice en serio.
Un día, para ver si estaba cumpliendo con lo anterior, decidió hacer un experimento. Muchas personas cuando se van del hotel se despiden o le dan las gracias por su nombre. Entonces, una jornada se quitó la piocha que ocupan en el hotel para identificarse. Aun así, sus clientes asiduos recordaron su nombre. “Me pone feliz ver la satisfacción del cliente al término del servicio, saber que cumplo con todas sus expectativas”, admite. A pesar de las diferencias culturales, a Reimon no le fue difícil adaptarse a los consumidores locales. De todas formas, “el servicio entre Chile y mi país es muy diferente, porque en República Dominicana es más exigente. Además, allá es otro tipo de cliente, porque va de vacaciones, a relajarse, y acá está trabajando”, analiza al momento de comparar la realidad de las dos naciones y de ambos hoteles. También advierte que “cada vez ha ido mejorando el servicio en Chile porque han aumentado los turistas exigentes y porque el chileno se está globalizando y está pidiendo más”.
Uno de los errores más serios en su rubro, a su juicio, tiene que ver con la comanda. “Hay que estar concentrado en lo que se está haciendo. Y, si hay una duda, no hay que tener miedo de preguntar al cliente. Si me equivoco, tengo que pedir disculpas y ofrecer otra alternativa”, menciona. Así como es crítico desde su vereda, también lo es con las personas que van al hotel, pues la principal falta es una realidad que pasa a menudo y es que “ellos no informan a priori sus gustos o restricciones alimentarias y lo hacen cuando ya llega el producto a la mesa. Por ejemplo, después de que está servido el pisco sour dicen que les gusta seco”. Pero el servicio no lo es todo para Reimon. Lo que no encontró en el beisbol lo descubrió en el basquetbol, que es su otra pasión. También se ve con sus amigos dominicanos, que conocía desde antes de llegar a Chile. Seguro se encuentran cada 27 de febrero, cuando se celebra la independencia de República Dominicana y la embajada hace un evento que lo hace sentir como en su tierra, esa que volverá a ver ahora en agosto cuando viaje por 15 días para presentar a Santiago a su familia y reencontrarse con ocho amigos de la infancia que no ve hace casi diez años, pues ellos también han ido a probar suerte a otros lados del mundo.