TXT Sebastián Varela
IMG Gabriel Schkolnick
La primera vez que Roger Cárdenas [26] viajó en avión, se la pasó llorando durante todo el vuelo. Paradójicamente para el hoy mesero de Pomeriggio Bistro, esa primera experiencia en los aires significaba, al mismo tiempo, regresar a su país. No había visitado a su querida Venezuela en dos años, y las emociones en la previa de aquel aterrizaje fueron incontenibles.
Antes, en 2017, tuvo que dejar a su familia para perseguir sus anhelos. No quería el estilo de vida plano que estaba llevando y le frustraba trabajar para sólo poder subsistir en un contexto político, económico y social muy complicado. Así es que, a punta de esfuerzos extra y de la venta de todos sus bienes materiales, juntó el dinero necesario para salir por primera vez de su tierra natal. En un cuarto de siglo de vida, nunca fue al extranjero y su experiencia inicial fue para migrar.
Siete días le tomó llegar a Chile en el sacrificado viaje que miles de venezolanos hacen por tierra para encontrar mejores oportunidades en Chile. Con la comida para la semana en la maleta para no gastar plata que no tenía, sin tiempo para dormir en hosterías y con mucho miedo ante la incertidumbre. Desde Táchira hasta Cúcuta; desde la ciudad colombiana hasta la frontera con Ecuador. Luego, escalas en Piura, Lima y Arica, para por fin pisar Santiago. “Me bajé en el terminal San Borja con 20 lucas en el bolsillo. Sabía dónde iba a llegar, pero no qué iba a pasar. Fue muy difícil, pero lo logré. Por suerte, varios compañeros venezolanos me tendieron una mano hasta que me pude adaptar”, agradece Roger.
Los clientes no están en su casa, pero están en la mía. Y yo los voy a atender de la mejor manera.
Fue con uno de sus propios compatriotas que encontró la oportunidad de estar en el lugar de trabajo que tan feliz lo tiene. Haciendo fila en Extranjería, un chico le comenta sobre la posibilidad de postular a Pomeriggio y no lo dudó. Hizo la prueba y cumplió. Ya lleva dos años en el mozzarella bar del Casa Costanera, en donde se maneja como pez en el agua. Es ágil y atento. También maniático. No se queda tranquilo si un cubierto está chueco. Aunque tenga 20 mesas a cargo suyo, no descuida ninguna: “Los clientes no están en su casa, pero están en la mía. Y yo los voy a atender de la mejor manera. No me hago problemas ante los reclamos y siempre encuentro soluciones. Me emociona que lleguen comensales y que pidan que los atienda yo. Es un premio al servicio que siempre doy”, dice el tachirense. “En realidad no doy un servicio, doy una experiencia”.
Y pensar que este técnico en administración llegó sin trajín en el mundo de la hospitalidad, sin siquiera antes haber comido un risotto, o haber probado un buen vino. No sabía tampoco qué era una mozzarella. Lo suyo pasó por la actitud y las ganas de aprender. Pomeriggio, entonces, ha sido su escuela. Y sueña con crear algo con todo lo que ha aprendido. Poner su propio café o restaurante y traer a su madre para que ella misma vea lo que su hijo ha logrado. Mientras, seguirá con la mejor cara preocupándose de quien vaya a probar el sabor italiano de Nueva Costanera. “A dónde llegue un venezolano te va a sacar el trabajo adelante. Los extranjeros no venimos a quitárselo a nadie, porque el trabajo está y hay para quien quiera hacerlo”, dice Cárdenas. Y remata: “Como decimos en mi país: a Chile venimos a echarle pichón”.