- TXT: Daniel Greve
Además de interesante, de arriesgado y de inédito, que una marca de chocolate decida ir más allá en el más acá, es decir, llegar al origen del principio, es -por decir poco- heroico. Y es que en esta carrera del from bean to bar, o del grano a la barra -en la que marcas nacionales como Óbolo lo han hecho espectacularmente bien, tostando en Chile granos nobles del Perú-, da la sensación de que nada es suficiente. De que no basta con ir y comprar un buen grano de cacao en verde, tostarlo, procesarlo y transformarlo en una barra de exquisito chocolate. Falta algo. Un check en la maniática lista. Y es gracias a esas manías, a esas obsesiones, a esa pasión sin freno y en bajada, que La Fête decidió tener su propia finca en Ticul, Península de Yucatán, México. Ahí, en el corazón del mundo Maya, quiso tener la trazabilidad más completa y absoluta y plantar, cultivar, cosechar y procesar el cacao, siguiendo milenarias tradiciones del lugar. Son 289 hectáreas de cacao criollo de producción propia que, contrario a lo que podríamos pensar, da vida a una serie bastante acotada de barras de 150 gramos [numeradas] que nos recuerdan que se trata de una exclusividad. Un pequeño y cotidiano lujo, pero un lujo al fin. Son barras de 81% de cacao, de una textura firme pero de fondo cremoso -el porcentaje de manteca de cacao-, de un amargo delicioso, elegante, frutal y levemente floral, con puntos crujientes gracias a los nibs que contiene [pequeñas incrustaciones de cacao puro, triturado]. Ya está en tiendas, y ya puede estar en tu boca, la última parada de esta larga y alucinante cadena virtuosa. Más info en www.lafetechocolat.com.